Buenas tardes lectores!!
Hoy os traigo una de esas historias de amor con mayúsculas: El color de la luz, de Marta Quintín. El libro está editado en tapa blanda por Suma de letras y tiene 427 páginas.
Esta historia comienza con la compra de un cuadro. Nos encontramos en la ciudad más cosmopolita del mundo, Nueva York. La gran empresaria Blanca Luz Miranda puja con ambición desmedida para conseguir una enigmática pintura de uno de los últimos genios del siglo XX, Martín Pendragón. Al mismo tiempo conocemos a la periodista que cubre la subasta, y asiste asombrada a la puja encarnizada que se lleva a cabo entre una anciana y un desconocido, y que finaliza con la batida de un nuevo récord del precio pagado por una obra de arte hasta el momento. El pintor lo merece, el cuadro más.
A nuestra avezada periodista, como no podía ser de otra manera (si no, no sería una periodista digna de ese nombre) le pica la curiosidad. Ante el oscuro futuro que se abate sobre ella en el maravilloso Nueva York (viviendo como una Carrie Bradshow cualquiera, aunque sin economía para permitirse unos Manolos) deja su trabajo en un periódico local, y su piso compartido en la Gran Manzana (su compañera de piso, Leidy, es un personaje en todos los sentidos) y se lanza a la aventura en pos de la historia que pueda esconder la anciana señora que conoció en la puja. Decide poner rumbo a España y tirar un poco del hilo.
El primer encuentro entre la periodista con ambiciones de gran escritora y la gran dama de los negocios no puede ser más gélido y a la vez, más desconcertante. Hasta que una inusitada excusa pone fin a la entrevista ante el asombro de la periodista. Una vez de vuelta a Estados Unidos, tras decidirse a olvidar el tema por completo, recibe una llamada trasatlántica que la deja atónita. Blanca Luz quiere que escriba su historia.
Y es aquí donde empieza la historia dentro del relato que Blanca Luz quiere dejar como legado vital. La parte más bonita. La vuelta al pasado, a la emoción y a la energía a raudales, al amor pletórico y a la felicidad sin límites, a los comienzos, a la juventud en definitiva. Conocemos a una joven y bonita Blanca Luz, que vive con su hermana y Don Francisco, su entrañable papá. Un hombre apacible, enamorado de la pintura, que le trajo grandes alegrías y una gran desgracia. La que asume cada noche contemplando un retrato colgado de la pared, lleno de melancolía por lo que no supo hacer, por lo que no supo ver. Para ganarse la vida, y ante la tesitura de no volver a coger los pinceles, Francisco Miranda regenta un estudio de pintura donde enseña a futuros artistas. La casualidad hace que su destino y el de Martín se crucen. Un albañil sin futuro, dotado de una genialidad desmedida para el arte pero que jamás se ha planteado pintar. Martín, que tiene una relación muy difícil con su padre, se acoge bajo el ala protectora de Don Francisco como pupilo, casi como un hijo. Allí junto a Chema y Eduardo, los otros dos aprendices de artistas, descubrirá su verdadera vocación. Ocultos tras un armario, unos pícaros ojos lo observan deslizar su pincel por un lienzo en blanco.
No os voy a desvelar más de la historia, no sería justo. Ahora os voy a comentar un poco mi opinión.
Los capítulos tal vez sean un poco largos, pero una vez metidos dentro de la historia no vamos a darnos cuenta. El lenguaje, algo más complicado al principio evoluciona a grandes pasos según avanzas en la lectura y es cierto que varía según qué personajes lo utilizan. El libro arranca con una escena muy contundente, que te atrapa sin paliativos.
El amor que surge entre Martín Pendragón y Blanca Luz Miranda es tan bonito como suelen serlo los primeros amores, pero todos sabemos que no hay amor sin sacrificio. Los sacrificios en este caso los hará ella. El genio sin embargo, lo vivirá todo de otra manera, con un amor puro, inquebrantable durante años, como fuente de inspiración, como motor que gira su mundo. ¿Es esto egoísta? Probablemente si, mucho. Como veis, el libro puede dar mucho que pensar. Enredados entre la madeja que será esta historia de amor se mezclan Eduardo, el sufrido. Y sobre todo Chema.
Chema es ese amigo que todos tenemos, que siempre está ahí, y al que muchas veces no le prestamos la atención que se merece, como si su único sentido en la vida fuera ese, estar ahí para nosotros. Siempre pasa desapercibido, y es de esos amigos que cuando se van, descubrimos que eran fundamentales en nuestra existencia. Pero claro, ya no podemos dar marcha atrás. Ya querría Don Francisco. Ya querríamos todos.
Como escritora que empieza, Marta Quintín cumple su cometido con creces. Mejorará, claro que mejorará, todos lo hacemos cuando nos dedicamos a lo nuestro, y está claro que esto es lo suyo. Los personajes son fuertes, la historia digna de película. Los escenarios, desde el estudio Miranda, hasta la comuna de artistas en París son evocadores y creíbles al cien por cien, los años difíciles de la guerra, las relaciones familiares complicadas y a veces sin sentido, como la vida misma ... Y sobre todo, un cuadro, la historia de un cuadro, y de lo que somos capaces de hacer cuando queremos y por lo que queremos. Vais a disfrutarlo seguro, porque la luz lo es todo, y el blanco querid@s, es el color de la luz.
EL COLOR DE LA LUZ, OCHO.
Bienvenidos a mi sala de lectura, vamos a ponernos cómodos y a elegir un buen libro para disfrutar.
viernes, 23 de marzo de 2018
viernes, 9 de marzo de 2018
La semilla de la bruja, Margaret Atwood
Buenas tardes.
Hoy os traigo un libro que me ha provocado sensaciones encontradas, se trata de La semilla de la bruja, la autora es de sobra conocida, Margaret Atwood, la canadiense nominada al Premio Nobel de Literatura. El libro está editado en tapa blanda por Lumen y tiene 329 páginas.
Lo primero que tengo que decir es que La semilla de la bruja forma parte de un ambicioso proyecto que se propone recrear las obras de Shakespeare. En este proyecto participan autores mundialmente reconocidos como Jo NesbØ o la propia Atwood, en pleno auge por su novela "El cuento de la criada", aunque el libro haga ya la friolera de treinta y tres años que fue escrito. Ironías del destino, o de los hados. (Perdón, que me disperso). Como iba diciendo, Margaret Atwood escogió recrear La tempestad, y aquí ha venido mi primer problema. Tengo que reconocer (oh Dios mio, que vergüenza, soy carne de horca) que no he leído La tempestad original. Si, la de Shakespeare. Lo sé, lo sé, no tengo perdón. (Así me cubra de pústulas un viento del sudeste). Esto, que podría no tener mayor importancia, de hecho, no la tiene al principio, puede llegar a pesar bastante en el desenlace de la trama. Luego os explicaré la causa.
Como en La tempestad original, La semilla de la bruja es la historia de una venganza. Esta venganza vendrá de parte de Félix, un enajenado del teatro, que lleva a sus espaldas el peso y la dirección del Festival de Teatro de Makeshiweg. Después de una temporada de capa caída, tras el fallecimiento de su esposa y posteriormente de su hijta de tres años, piensa volver por todo lo alto con un montaje muy personal de La tempestad, de William Shakespeare. Su sorpresa es mayúscula cuando al ir a acceder al recinto donde se celebra el festival, el personal de seguridad le prohíbe el acceso. Y su segundo al mando, su ayudante, su mano derecha... le usurpa la dirección del festival tras maniobras con la junta directiva a sus espaldas.
A Félix, nuestro genio del teatro no le queda otra opción que hacer mutis por el foro. Decide desaparecer del mundanal ruido y perderse en una cabaña en medio de la nada, con la única compañía de Miranda. En esta cabaña Félix irá siguiendo poco a poco los pasos de su antiguo segundo al mando, ahora resplandeciente director del festival de teatro, y más adelante refulgente ministro de cultura. Como Félix necesita ganarse la vida de alguna manera, encuentra trabajo en el centro correccional de Fletcher. Allí su labor será la de poner en marcha un seminario de teatro para ayudar a la formación y reinserción de los reclusos. Su propuesta será, como no, llevar a cabo su montaje de La tempestad, que inesperadamente será un éxito entre los internos. Su forma de trabajar es innovadora, todos están contentos con él. Y tras años de larga espera, y como todo llega, y la venganza es un plato que se sirve frío, Félix tendrá la ocasión de vengarse.
Y como diría Mayra, hasta aquí puedo leer. El argumento lo dejo aquí. Paso ahora a comentaros mi opinión.
El libro parte de un planteamiento muy original, más si cabe, teniendo en cuenta que es una nueva versión de un clásico. Todos podemos empatizar con Félix y sentir como nuestra la afrenta de un arribista y un trepa. E iremos asistiendo al principio con cautela, luego con incredulidad y finalmente con auténtico gozo al seminario de Félix en el correccional. Donde disfrutaremos casi tanto como los propios reclusos. La lectura es ágil y rápida, aunque a veces la cantidad de presos que participan sea excesiva y cueste aclararse con los nombres. Tiene partes muy ingeniosas y divertidas como la parte de las palabrotas (ojalá se os lleve una pestilencia). Y veremos el plan de venganza desgranarse poco a poco, hasta que llegue el momento de llevarse a cabo. Hasta aquí ni un pero, o muy pocos.
El problema personal, y digo personal, porque como he aclarado anteriormente yo no he leído la tempestad original, viene en el desenlace de la obra, que supongo tendrá que mantener ciertos paralelismos con la obra que versiona, pero que en este libro no me ha terminado de convencer. Desde mi humilde punto de vista como lector, no me resulta creíble. Y algún hecho puntual me ha resultado francamente desconcertante. Eso sí, seguramente si hubiera leído La tempestad mi opinión sería diferente, pero los hechos son los que son. Aparte de este pestilente problema, he disfrutado de la mayor parte del libro. Tengo como tarea pendiente la lectura del clásico de Shakespeare cuando tenga tiempo. Y si mi opinión cambia, lo comentaré tal y como corresponde. Por el momento me despido y os dejo con la semilla de la bruja.
LA SEMILLA DE LA BRUJA. SIETE Y MEDIO.
PD: que el diablo se lleve vuestros dedos, manchas de escorbuto.
Hoy os traigo un libro que me ha provocado sensaciones encontradas, se trata de La semilla de la bruja, la autora es de sobra conocida, Margaret Atwood, la canadiense nominada al Premio Nobel de Literatura. El libro está editado en tapa blanda por Lumen y tiene 329 páginas.
Lo primero que tengo que decir es que La semilla de la bruja forma parte de un ambicioso proyecto que se propone recrear las obras de Shakespeare. En este proyecto participan autores mundialmente reconocidos como Jo NesbØ o la propia Atwood, en pleno auge por su novela "El cuento de la criada", aunque el libro haga ya la friolera de treinta y tres años que fue escrito. Ironías del destino, o de los hados. (Perdón, que me disperso). Como iba diciendo, Margaret Atwood escogió recrear La tempestad, y aquí ha venido mi primer problema. Tengo que reconocer (oh Dios mio, que vergüenza, soy carne de horca) que no he leído La tempestad original. Si, la de Shakespeare. Lo sé, lo sé, no tengo perdón. (Así me cubra de pústulas un viento del sudeste). Esto, que podría no tener mayor importancia, de hecho, no la tiene al principio, puede llegar a pesar bastante en el desenlace de la trama. Luego os explicaré la causa.
Como en La tempestad original, La semilla de la bruja es la historia de una venganza. Esta venganza vendrá de parte de Félix, un enajenado del teatro, que lleva a sus espaldas el peso y la dirección del Festival de Teatro de Makeshiweg. Después de una temporada de capa caída, tras el fallecimiento de su esposa y posteriormente de su hijta de tres años, piensa volver por todo lo alto con un montaje muy personal de La tempestad, de William Shakespeare. Su sorpresa es mayúscula cuando al ir a acceder al recinto donde se celebra el festival, el personal de seguridad le prohíbe el acceso. Y su segundo al mando, su ayudante, su mano derecha... le usurpa la dirección del festival tras maniobras con la junta directiva a sus espaldas.
A Félix, nuestro genio del teatro no le queda otra opción que hacer mutis por el foro. Decide desaparecer del mundanal ruido y perderse en una cabaña en medio de la nada, con la única compañía de Miranda. En esta cabaña Félix irá siguiendo poco a poco los pasos de su antiguo segundo al mando, ahora resplandeciente director del festival de teatro, y más adelante refulgente ministro de cultura. Como Félix necesita ganarse la vida de alguna manera, encuentra trabajo en el centro correccional de Fletcher. Allí su labor será la de poner en marcha un seminario de teatro para ayudar a la formación y reinserción de los reclusos. Su propuesta será, como no, llevar a cabo su montaje de La tempestad, que inesperadamente será un éxito entre los internos. Su forma de trabajar es innovadora, todos están contentos con él. Y tras años de larga espera, y como todo llega, y la venganza es un plato que se sirve frío, Félix tendrá la ocasión de vengarse.
Y como diría Mayra, hasta aquí puedo leer. El argumento lo dejo aquí. Paso ahora a comentaros mi opinión.
El libro parte de un planteamiento muy original, más si cabe, teniendo en cuenta que es una nueva versión de un clásico. Todos podemos empatizar con Félix y sentir como nuestra la afrenta de un arribista y un trepa. E iremos asistiendo al principio con cautela, luego con incredulidad y finalmente con auténtico gozo al seminario de Félix en el correccional. Donde disfrutaremos casi tanto como los propios reclusos. La lectura es ágil y rápida, aunque a veces la cantidad de presos que participan sea excesiva y cueste aclararse con los nombres. Tiene partes muy ingeniosas y divertidas como la parte de las palabrotas (ojalá se os lleve una pestilencia). Y veremos el plan de venganza desgranarse poco a poco, hasta que llegue el momento de llevarse a cabo. Hasta aquí ni un pero, o muy pocos.
El problema personal, y digo personal, porque como he aclarado anteriormente yo no he leído la tempestad original, viene en el desenlace de la obra, que supongo tendrá que mantener ciertos paralelismos con la obra que versiona, pero que en este libro no me ha terminado de convencer. Desde mi humilde punto de vista como lector, no me resulta creíble. Y algún hecho puntual me ha resultado francamente desconcertante. Eso sí, seguramente si hubiera leído La tempestad mi opinión sería diferente, pero los hechos son los que son. Aparte de este pestilente problema, he disfrutado de la mayor parte del libro. Tengo como tarea pendiente la lectura del clásico de Shakespeare cuando tenga tiempo. Y si mi opinión cambia, lo comentaré tal y como corresponde. Por el momento me despido y os dejo con la semilla de la bruja.
LA SEMILLA DE LA BRUJA. SIETE Y MEDIO.
PD: que el diablo se lleve vuestros dedos, manchas de escorbuto.